Mercurio, que se reconoce por su sombrero alado y tiene junto a su mano izquierda un instrumento musical, se acerca sigilosamente hacia un pastor al que ha dormido con el poder sin límites de su música. Se trata de Argos, que estaba dotado de cien ojos y había sido designado por Juno para vigilar a Io, la bella ninfa a quien la diosa había convertido en vaca con objeto de sustraerla al acoso de Júpiter, su esposo. Éste sabedor de la estratagema, envió a Mercurio para eliminar a Argos y robar el animal.
Este episodio, que procede de las Metamorfosis de Ovidio, fue el tema de una de las cuatro escenas mitológicas que pintó Velázquez para la decoración del Salón de los Espejos del Alcázar de Madrid, que era el espacio más importante del mismo desde el punto de vista protocolario y representativo y, acorde con esa función, exhibía un conjunto impresionante de pinturas, en su mayor parte retratos de los monarcas españoles de la Casa de Austria e historias mitológicas y bíblicas. Todas desaparecieron como consecuencia del incendio del Alcázar en 1734. Probablemente la serie data de finales de los años cincuenta.
Los cuadros están unidos por su naturaleza mitológica; y de ellos, la pareja de mayores dimensiones tiene en común la música; mientras que lo que une a la otra es el amor. El tema erótico resultaba adecuado a la ceremonia que tendría lugar en 1659, y de hecho, la historia de Pandora también recibía una interpretación matrimonial (Aterido y Pereda, 2004). La datación en los últimos años de la carrera de Velázquez se adecúa también al estilo del único cuadro conservado. Al igual que Las hilanderas, esta obra sufrió un añadido, que consistió en una banda de unos 25 cm que recorre todo el extremo superior, y otra más estrecha (unos 10 cm) en el inferior (Texto extractado de Portús, J. en: Fábulas de Velázquez. Mitología e Historia Sagrada en el Siglo de Oro, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 336-337).